jueves, 13 de enero de 2011

Formando niños que amen a Dios

Considero que como padres tenemos la responsabilidad y el privilegio de ser los primeros que enseñamos la Palabra de Dios a nuestros hijos. Comparto con ustedes esta serie de tres artículos sobre este tema.

1º Enseñando las verdades de Dios... puertas adentro.

Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Mateo: 18b-20

Apenas unos instantes antes de ascender a los cielos, Jesús da a sus discípulos una tarea que ninguno de ellos se negó hacer. La misión de ir y contar a todo el mundo conocido que Jesús era el Salvador prometido para toda la humanidad comenzaba a expandirse días después...

Leyendo la Biblia luego de esta encomienda de Jesús, nos damos cuenta como en pocos años aquellos discípulos colaboraron con extender el reino de Dios al mundo conocido.

Hoy como hace más de dos mil años ese mandato sigue vigente. No somos del grupo de los doce, no somos ni siquiera aquellos mártires de los primeros siglos de la era cristiana. Somos madres y padres con el deseo de cumplir con la voluntad de nuestro Padre y extender Su reino por doquier.

Pero, ¿cómo hacer si estamos atareadas con la crianza de niños pequeños? Uno, dos o tres están todo el día con nosotros sin dejarnos ni a sol ni a sombra. Tal vez son los adolescentes los que te agobian con su indisciplina, sus dudas o porque no jóvenes que ahora no saben que rumbo tomar. Con tanto trabajo adentro de casa, ¿cómo podemos hacer para forjar discípulos, bautizarlos y enseñarles que guarden los mandatos de Dios?

Cuando nos convertimos en padres, muchas son demandas u obligaciones que la familia extendida pone sobre nuestros hombros. Pero quisiera que reparáramos juntas en este mandato de Dios, que lo da a todo creyente, sin importar la edad, ni la condición social, ni el estado civil. Como madres tenemos en nuestras manos un regalo precioso que Dios nos ha concedido, no solo para criarlo en “su camino”, de modo de aún siendo viejo no se aparten de el, sino para hacer verdaderos discípulos.

Si pensamos en el significado de la palabra discípulo, encontraremos entre otras cosas que dice: el que aprende o aprendiz. Estas dos acepciones nos podrán ayudar a pensar de que forma nosotras podemos cumplir con la gran comisión, en nuestro propio hogar y con nuestros propios hijos.

Desde que son niños de meses vamos procurando en ellos sentimientos de seguridad y amor. Cuando los cambiamos, los acunamos, les damos de comer, lo hacemos con cariño, tal vez cantando una canción de cuna, cubrimos sus necesidades básicas. Mientras hacemos eso les hablamos de Dios, y de cuanto El los ama. Con seguridad debemos decirle a nuestros bebes que nosotras les amamos con toda nuestro ser, pero que el amor de Dios es mayor. De esta forma estamos imprimiendo en ellos marcas que su corazón y sus oídos van a recordar.

Luego comienzan a dar sus primeros pasos, las primeras palabras salen de su boca. Les enseñamos a decir palabras bonitas, como mamá, papá, te amo, agua, y otras mas. Asimismo ellos por imitación irán repitiendo las palabras finales de nuestras oraciones diarias: “en el nombre de Jesús”. Pronto Jesús será una palabra de uso cotidiano. Ellos notarán con el correr de los primeros tres años que Jesús es una persona importante para nuestra familia. Siempre está con nosotros. Vamos a El en todo momento. Ellos también querrán acudir a El cuando estén por comer, a la hora de ir a dormir, cuando estén enfermos. ¡Esto es tan real! Pero lleva su tiempo...

Si observamos a una maestra trabajar, o vemos los cuadernos de sus alumnos, notaremos que para que un alumno aprenda algo que ella le quiere enseñar, requiere que esa maestra piense un plan, una forma precisa para transmitir tal o cual conocimiento. Aunque nosotras no seamos maestras, debemos de la misma manera seguir un plan para que nuestros hijos se conviertan en discípulos, no nuestros sino de Jesús. Enseñarles cada día a orar, ayudarles cada día a confiar en Dios, promover cada día cumplir con sus mandamientos. Es un trabajo intenso, pero con recompensa.

Cuando pienso en como Jesús enseñó a sus discípulos mas cercanos, nítidamente vienen a mi mente las diferentes maneras que el utilizó. Algunas veces uso enseñanzas basadas en los elementos que le eran cotidianos, las semillas y el sembrador, en la región donde la agricultura era la forma de vida, la sencillez de sus palabras a una mujer de mala vida, las palabras cargadas de doctrina con aquel maestro de la ley...

Esto me hace pensar que de acuerdo a las circunstancias y a la edad de mis hijos serán las enseñanzas que le voy a transmitir. Pero eso sí, todo momento debe ser utilizado para que ellos aprendan como relacionarse con Dios. Con seguridad a un niño de tres, cuatro o cinco años no podamos llamarlo discípulo, pero sí será un discípulo en formación, un “potencial discípulo” dirán los que estudian sobre liderazgo. Lo que hará que mi hijo se convierta en un discípulo es reconocer a Jesús como su Salvador personal.

Cuando tu hijo entregue su vida a Jesús y lo reconozca como su Salvador, deberán seguir las enseñanzas, pues ese es el mandato del Maestro, solo que ahora contaremos con la ayuda del Espíritu Santo. Nuestro hijo tendrá inquietudes, necesidades básicas que suplir, que no tienen que ver con la comida diaria, sino con el alimento espiritual. Nuestra tarea como madre aquí adquiere un valor supremo. Acompañarlo cada día a leer la Biblia, ayudarlo a reconocer sus pecados para confesarlos a Dios, promoverlo cada vez que algún fruto del espíritu se muestre en su vida, son solo algunas de las cosas que podemos hacer.

No creas que porque no eres una predicadora de multitudes, o escritora de libros o presentadora de televisión no tienes audiencia selecta. Tus hijos son tu multitud, los que leerán el Libro de Dios en vivo y en directo. ..

Te animo con todo el corazón a meditar en las siguientes palabras: Y amarás a Jehová tú Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas. (Deuteronomio 6:5).

Me gustaría acompañarte en parte de ese camino.

1 comentario:

Unknown dijo...

Esta muy hermoso esta ensenianza. Yo no tengo hijos todavia pero le pido a DIos que cuando los tenga lo amen a El primero ante TODO. Dios es real y su amor es real. Gracias por esta ensenianza